Discurso en Conmemoración del Día Internacional en memoria de las víctimas del Holocausto, Congreso de Perú - Sra. Esther Karl

Discurso en Conmemoración del Día Internacional en memoria de las víctimas del Holocausto, Congreso de Perú - Sra. Esther Karl

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Sra. Esther Karl

Sobreviviente del Holocausto

Buenos días. Señor ingeniero Juan Castagnino Lema, congresista Presidente de la Liga Parlamentaria de la Amistad Perú-Israel; Sr. Hirsz Litmanowicz, sobreviviente del Holocausto; Sr. Christian Sánchez, Oficial Nacional de las Naciones Unidas; Sr. Yossi Aviram, Agregado Cultural de la Embajada de Israel; Sr. Oliver Schramm, Ministro Consejero de la Embajada de Alemania; Dra. Luisa Cuculiza, congresista integrante de la Liga Parlamentaria de Amistad; señores Rabinos de la comunidad, Abraham Ben-Amu y Guillermo Bronstein; Dr. William Soto Santiago, Embajador Mundial de la Embajada de Activistas por la Paz; queridos sobrevivientes: Irene Lefcovich, Raquelita Braverman, Halina Wolloh, Mery Cogan Schneider, Sarita Kuperstein, Boris Kaplinski, Norbert Feider, Yehuda Perl, Walter Frank, Naftali Reiter; estimada concurrencia.

Esta mañana la memoria de más de seis millones de seres humanos, entre ellos un millón de niños, está presente entre nosotros aniquilados en la Era más negra de la humanidad: el Holocausto.

Estamos reunidos para honrarlos y para librar la batalla contra el olvido; y decir a las nuevas generaciones lo que la barbarie puede causar, y las defensas que la humanidad posee para derrotarla.

Nuestra responsabilidad es trascendental y compleja: es volver a restituir los valores morales y éticos; valores que colapsaron en el Holocausto; a la aspiración de la justicia y a la paz, frente al escalofriante sufrimiento de millones de seres humanos.

Recordar la Shoá va más allá de conectarse con el dolor de las víctimas. Es luchar contra el antisemitismo, el racismo, el genocidio y toda clase de discriminación. Hoy cada uno de nosotros debe condenar el odio. Debemos reafirmar nuestro compromiso con los Derechos Humanos, esa causa que fue brutalmente profanada durante el Holocausto; para asegurar con acciones, palabras y hechos: nunca más.

Debemos hallar la victoria de la tolerancia sobre el racismo, del amor sobre el odio, del bien sobre el mal; formar generaciones de educadores para que enseñen cómo estudiar el Holocausto y cómo aprender de ese tiempo de eclipse de sol.

Día y noche corrían los vagones para ganado repletos de seres humanos: hombres, mujeres y niños con el terror de lo desconocido; todos viajaban sin saberlo, a la muerte; los esperaban los crematorios de Auschwitz, diabólicamente construidos para la tarea del exterminio.

Los padres fueron separados de sus hijos y enviados a la cadena industrial de la muerte; debían calibrar el punto para sacar de la cámara los cadáveres anteriores, llenarla sin pausa con los recién llegados en número exacto, a fin de no desperdiciar el gas calculado por persona. Las palabras se empequeñecen ante el horror de las cámaras de gas, ante los experimentos médicos macabros.

Los campos de concentración Auschwitz, Dachau y Treblinka, entre otros, aniquilaban de doce mil a quince mil personas diariamente, donde las víctimas no fueron enterradas sino calcinadas para ser esparcidas como polvo.

Lo peor no era la violencia ciega ni el hambre atroz, ni siquiera la muerte; lo peor era la degradación del ser humano hasta convertirlo en un número sin nombre.

A pesar de que yo no tengo un número tatuado en mi brazo, el horror de aquel tiempo lo tengo grabado en el corazón. Estoy hoy aquí ante ustedes gracias a Dios y ante el milagro de sobrevivir junto a mis hermanas Fela y Anita, por la enorme valentía, lucha y coraje de mi inolvidable madre Mali Karl, que fue la única madre judía que pudo salvar del gueto del *** a sus tres hijas, otorgándole la organización UNRA y JOINT el honroso título de “madre de los sobrevivientes” después de la guerra; por mi querido padre Samuel Karl que dio su vida por la nuestra; y al ser que nos acogió acá en el Perú, nuestro querido tío, el doctor Julius Karl, nuestro segundo padre, adoptándonos como hijas propias; nobleza de corazón.

La amenaza de ser cerrar el gueto era inminente, entonces apoyadas por mi papá se toma la decisión de huir; no sin antes pedirle a una sobrina, que era boticaria, le diese veneno, medida extrema a la que se recurriría antes de entregarnos a los nazis.

Una madre que suplica veneno suficiente para ella y sus hijas porque tiene que cruzar el puente de la muerte y huirle a la vida, es una fuga cuyo precio, si no se alcanza el objetivo, será precisamente la muerte certera en sus más atroces modalidades.

El adiós familiar fue y será el más triste de nuestros recuerdos.

En la historia de la Humanidad cuando se cernía esa noche de la barbarie, surgen personas llamadas “los justos entre las naciones”; este reconocimiento es dado por Yad Vashem en Jerusalén, que concede este honor a personas no judías que arriesgando sus propias vidas y las de sus familiares, salvaron muchas personas judías; sus nombres están escritos honrando su inmenso mérito, ya que salvando una vida es como salvar a la humanidad.

Hoy en día la imagen tuvo una gran repercusión en las redes sociales en cuestión de segundos, ya que el Papa Francisco I mantuvo una reunión con dirigentes de la comunidad argentina judía; una sencilla invitación, una simple mesa, simbolizó un hito en la historia del diálogo interreligioso. El sumo pontífice los recibió como a sus propios hermanos, marcando un momento histórico de gran trascendencia. El Papa Francisco I sigue marcando presentes de gran significado, de unión entre los seres humanos.

Esto me trae a la memoria otro momento en nuestras vidas: en nuestra huida a Katovich, Polonia, un joven nos ofreció un mendrugo de pan ayudándonos con palabra de ánimo; al preguntar su nombre, nos respondió: Karol Wojtyła. En el ocaso de su vida mi madre escribe un testimonio para las futuras generaciones en un libro llamado “Escape a la vida”.

Con estas dolorosas vivencias y recuerdos, quisiera transmitir a cada uno de ustedes un mensaje de paz, un mensaje de tolerancia, de coraje y lucha por la vida, de dignidad y respeto por cada ser humano y sus valores, sea cual fuera su raza, su credo; un mensaje de inspiración a la vida.

Nosotros somos la última generación de sobrevivientes, y ahora ustedes son mis testigos, para que recuerden y hagan recordar, para que jamás vuelva a suceder.

Mi familia, mis hijos y mis nietos, mis hermanas Fela y Anita y sus familias, son los eslabones que unen el pasado con el presente y futuro, y que son el vivo triunfo del amor sobre el odio, de la luz sobre la oscuridad.

Antes de terminar quisiera agradecer a través de ustedes, profundamente al Perú, tierra noble y generosa, por ofrecernos una segunda oportunidad de vida y un futuro mejor. Paz es shalom. Así les deseo de corazón: Shalom a todos ustedes, y muchísimas gracias al Dr. William Soto y a “Huellas para no olvidar”. Gracias.